miércoles, 22 de diciembre de 2010

22-D, odisea en Sevilla.

Ayer noche disfruté de una agradable velada en el que era mi piso hasta hace unas semanas. Estoy tratando de ser fino... En realidad fue una guarrada: marisco en cantidades sobrehumanas (del Alcampo, marca "manita"), varios cartones de tintos (marca "manita", por supuesto), sidra (la misma marca, embotellada en botellas de cerveza), carne... Una burrada. Aun no habíamos acabado todo el marisco y ya estábamos a reventar, y todavía quedaba por hacer la carne. Además, cuando llegó la carne, la sidra y el tinto ya habían producido sus efectos entre los allí presentes. Y tanto que los había producido. Por lo que no la disfrutamos demasiado.
Me acosté sobre las 4 menos algo, no sin antes realizar la llamada etílica oportuna (lo siento, Amanda), y preguntar cosas estúpidas como "qué tal estás". Muy divertido.
Me desperté a las 10 y media, durmiendo totalmente descubierto y sobre la colcha (la cama no estaba deshecha, siquiera), con la boca abierta a más no poder, y más saliva que su puta madre. Tenía pensado coger el autobús de las 1 de la tarde, así que me daba miedo volver a dormirme y despertarme a las 2 o a las 3 y perderlo el bus (hoy, 23, todos los estudiantes vuelven a casa por Navidad). Así que me desperté, completamente fresco, aunque algo mareado. Aun estaba borracho, lo peor vendría después. Sólo estaba despierto Roberto, el resto de la casa dormía (Guille, Mora y Miriam se habían largado, no sé a qué hora), así que cogí El Resplandor y me puse a leer un rato, sentado en la cama. Estoy viciado. Cuando se despertó mi hermano, quedaba poco menos de 30 minutos para que llegasen las 12.10, hora a la que tenía que irme para llegar a tiempo a la estación para comprar el billete y coger el autobús sin problemas y tranquilamente. Ahí empezó la odisea. Miré por la ventana y vi algo brutal: una lluvia, no abundante, sino infernal, mortal. Su puta madre. Nunca había visto llover tanto. Además, hacia viento. No sé si lo sabréis, pero Sevilla (y supongo que todas las grandes ciudades) es un caos los días de lluvia, el tráfico se pone fatal, la gente histérica... No había dejado de llover en toda la noche, por lo que había mucho agua acumulada en los pasos de peatones y demás. Llegó la hora de marcharme. Empezó a entrarme un pequeño dolor de cabeza seguido de esas nauseas tan características de la resaca. Me puse el abrigo (que me salvó de morir de hipotermia), y cogí la supermaleta de más de 20 kilos. Sabía que me esperaba un viaje movidito.
Al primer problema al que me tuve que enfrentar nada más salir a la calle, era que ¡no tenía bonobús! Se había acabado el día anterior y tenía que pagar 1,20 eurazos en efectivo. Tenía un billete de 5, así que, lloviendo como nunca había visto en mi vida, tuve que esperar a que se pusiese en verde el semáforo, cruzar la calle, entrar en el chino y comprar un paquete de chicles para que me diese la vuelta. Así fue. Sólo llevaba 5 minutos en la calle y estaba empapado, totalmente. Cuando crucé la avenida Kansas City y llegué a la parada, putadón: tenía que sacar dinero, se me había olvidado. Sin dinero, no hay billete. Era crucial. Así que tuve que volver a cruzar la avenida, con su correspondiente espera en el semáforo, y llegar hasta el cajero que está al lado del chino. Ahí me ocurrió algo casi surrealista. Cuando llegué, vi a dos hombres con paraguas, junto al cajero, pero sin utilizarlo. Le dije a uno de ellos "¿va a sacar usted", a lo que me contestó "que va, están arreglándolo, está averiado". Se me cayó el mundo encima, debía ser mas de y 20 y aun estaba abajo de mi piso, el cajero no funcionaba y estaba pasándolo realmente mal con la lluvia, el viento, el frío, la maleta de más de 20 kilos y la resaca. Debió verme la cara, "va a tardar solo un poco, me han dicho", me comentó uno de los señores. Así que decidí esperar, y se lo dije. Aquí viene lo bueno, "hijo, mientras tanto, ponte bajo mi paraguas, que si no...". Y yo, por apuro, más que nada, lo hice. Y me ven a mi, a menos de 10 centimetros de una persona que no conocía, los dos frente a frente, bajo el paraguas de un señor. Nunca pasé tanta vergüenza en mi vida. Decidí poner fin a eso, "pensándolo mejor, debo llegar ya a la estación, pero muchísimas gracias". El viejo se limitó a hacerme un gesto con la mano. Duró poco mio estancia bajo su pequeño paraguas, pero hacía tiempo que no pasaba tanta vergüenza, realmente la imágen era ridícula y patética. Así que ahí estaba yo, encaminandome hacia la parada, de nuevo, siendo más de y media, con la lluvia, el frío, el viento, la maleta y la resaca, sin haber sacado el dinero para el billete. Se me iluminó la cara cuando recordé que, en la estación, hay otro cajero. Tardó en llegar el autobús 5 minutos. 10 minutos en llegar al Prado. El viaje en Tussam, nada del otro mundo, de pie, claro está, en la zona para carritos de bebé, sujetando la maleta, muerto de frío. Muy cachondo, muy divertido. Como tambien lo fue el camino desde la parada del 28 hasta la estación, en la que me mojé, si cabe, aun más. ¡Oh sí, nena, que guay! Estaba realmente cabreado, mucho.
Pero la cosa no acabó ahí. Cuando llegué al cajero de la estación, habia una chica utilizándolo. Una amiga suya estaba junto a ella. Eran superpijas, de estas que cuando hablan, parece que están parodiando ese tipo de voz. Mortal. Pues bueno, yo allí, nervioso porque iba a perder el autobús y no tenia batería en el móvil para avisar a mis padres de que llegaría mas tarde, tuve que aguantar el exámen al que fui sometido: la amiga superpija, disimuladamente, me rodeó y me miró de arriba abajo. Seguramente no debió gustarle mis pintas. Lo que me mató realmente, fue lo que ocurrió justo después. "Joder, tía, osea, no jodas que no furula". Efectivamente, sé que parece demasiada casualidad, pero así fue: el cajero no funcionaba. Fuera, había otro, pero tenía que darme MUCHÍSIMA prisa para llegar a tiempo para coger el autobús. Salí, me mojé otro poquito más, que nunca está mal, esperé a que la superpija sacase dinero, y lo hice yo, acto seguido. Bien, en 5 minutos saldría el autobús, ya tenía el dinero, ahora, sólo tenía que ir a taquilla a comprarlo y a correr un poco. Señoras y señores, esto no acaba aquí. Cuando fui a taquilla, había una cola enorme. Resulta que ¡la máquina expendedora de tickets no funcionaba! ¡POR DIOS! QUE PUTADA. No podía creérmelo, ya me veía allí esperando una hora, sentado. A los cinco minutos, la arreglaron, y de milagro pude coger el autobús, porque el chófer fue amable y paró, cuando ya estaba subiendo, para que yo guardase mi maleta y subiese. En fin, vaya mañanita, cojones.

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