domingo, 16 de enero de 2011

Hay que levantarse.

Son las 2:40 de la madrugada de un domingo. Mañana, todos mis amigos y amigas madrugarán y asistirán, con los ojos aun pegados, a clases de diversas asignaturas. Yo, no. Es la incertidumbre, esa niebla que se cierne sobre mi futuro, que no me permite vislumbrar, que no me permite aclarar, ordenar mis prioridades, lo que me hace escribir hoy, ahora. Y es ese sentimiento, tan profundo, tan inmenso, tan (irónicamente) imperceptible, lo que me aterra, de las pocas cosas que, verdaderamente, hacen que me encoja en mi pequeña burbuja. Y es en estos momentos, en la oscuridad de mi cuarto, en el silencio de mi casa, cuando, como un implacable y certero disparo a la sien, esta sensación de angustia me invade. Será, quizás, por el sinsentido de una madrugada de domingo. La cosa, es que lo siento. Muy fuerte.
Anoche, reflexionaba acerca de nuestra condición de (si se me permite el calificativo) bohemios soñadores. Dudaba si, ésta, se trataba de una bendición o una condena. Galán sacó la conclusión de que es ambas cosas. Una vez los cimientos de mi compleja (y complicada) personalidad fueron puestos, comencé a nadar a contracorriente, siempre siendo "rebelde" en, absolutamente, todos los sentidos. Quizás será eso mi sensación de vacío, el no haber seguido por el camino adecuado, el camino que los demás siguen, el camino que llega a algún lado. Yendo a contracorriente, no sólo no llego a ningún lugar, sino que, además, durante el recorrido, tengo que aguantar y soportar los numerosos choques contra las personas que siguen el camino "correcto".
Son sólo las reconfortantes mañanas soleadas, las amenas quedadas con amigos o la acogedora reunión familiar, lo que me hace sentirme afortunado. Todo lo demás: cabezas gachas, dudas, preguntas sin respuestas, una sonrisa fingida, una mueca de dolor, una tediosa tarde de lunes, esa sensación de estar perdiendo el tiempo, de ver como tu sueño se aleja poco a poco, sin que tú puedas alcanzarlo. Y, por supuesto, esa sensación de vacío. "Sólo tú puedes llenar ese vacío", le decía hace unos días a una amiga; "ahora mismo no hay nada por lo que merezca la pena llenarlo", me contestó. "Tu juventud y la fugacidad de la vida, es la razón", fue mi respuesta. Hay que levantarse.
Odio sentirme así. Más alla de esa sensación de dolor, de pérdidas irrecuperables, de heridas que no sanan, no lo es todo. Está también el hecho de que me siento tremendamente egoísta por sentirme tan desafortunado, tan perdido y tan vacío. Tengo un techo, comida, amigos y familia. Hay personas que no tienen nada de eso. Pero supongo que todos somos egoístas.
Supongo, también, que a las personas como nosotros, es lo que nos toca: lidiar con esta sensación de vacío durante toda nuestra vida, recorrer el largo camino, sin ilusión, a oscuras y con los ojos cerrados, y con esa incertidumbre acerca del futuro, y esa angustia por las metas frustradas.
O NO. Hay que levantarse. Sería una contradicción (otra más) sentirme así, abrirme una profunda herida en el pecho y desangrarme y no ponerle remedio. Siempre hay algo que merece la pena, un sueño, una persona. En mi caso, ambas cosas.
Como le dije antes a una persona muy importante para mí, "hay personas que sólo se comen la galleta maría. Tú, debes comerte la galleta, la natilla y rebañar el recipiente de la vida".

Buenas noches, shul@s. Hay que levantarse.

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