martes, 9 de noviembre de 2010

La noche del Miedo.

No, no hablo de ese programa especial que hace poco realizó Iker Jimenez en su conocido programa radiofónico "Milenio 3". Hablo de una noche que vivimos mis amigos y yo. Una noche escalofriante. Hace ya más de un año que ocurrió esto, por lo que no me acuerdo de todo, pero trataré de relataroslo lo más detalladamente posible.
Resulta que, desde hace un par de años, hemos cogido la costumbre o tradición de realizar una queimada durante la noche de Halloween. Para el que no lo sepa, la queimada es una especie de ritual, cuyo fin es protegerse de los fantasmas y todo lo sobrenatural, en resumen. El ritual consiste en preparar un brebaje, hecho de aguardiente, azúcar, granos de café, cortezas de limón y de naranja. Luego, se quema el alcohol, una vez esté mezclado todo y, mientras arde, se recita, en voz alta y todos al unísono, el conjuro. Es bastante divertido. Resulta que, se supone, si se hace fal el ritual, la Santa Compaña, esa procesión de muertos que vaga por los bosques de Galicia en busca de una nueva víctima, aparece allí donde estés haciéndolo para "saludarte".
Bien es sabido que, mis amigos y yo, no somos demasiado creyentes (somos unos ateos blasfemos), y somos escépticos. Esa noche, estoy seguro, todos nos replanteamos nuestra creencia religiosa aunque sólo fuese por unos minutos.
Llegamos al campo de Elías, situado en medio de la nada, alejado de la ciudad, con unos bocadillos comprados en una tienda, unas patatas fritas y unas bebidas. Íbamos en plan cachondeo, es decir, nuestra intención era pasar un buen rato allí, riéndonos y charlando, alejados de toda la basura de la ciudad. Primero, comimos. Allí, no hay electricidad, no hay luz. Lo único que había era una lámpara de gas, pero que hacía el avío. Comimos tranquilamente, a la tibia luz del gas, charlando, riéndonos, seguramente criticando, imitando a personajes televisivos y bailando danzas extrañas. Azí zemo. Cuando terminamos de comer, nos pusimos manos a la obra.
Retiramos todos los objetos que había en aquella pequeña casa. Para que podáis imaginarla correctamente, os diré que era un simple cuarto, típico de campo, con una pequeña cocina, un sofá, y una zona donde se acumulaba cantidad de objetos. Con sal, en el suelo, realizamos un círculo, lo suficientemente grande como para poder caber los tres en su interior. La sal, supuestamente, es protectora, ya que simboliza la pureza. Realizamos el conjuro correctamente, con sólo una incidencia: Ezequiel vomitó.
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No, en serio. Vomitó, decía que le daba asco el exquisito brebaje que habíamos preparado (era vomitivo). Después, contamos nuestras penas, arrepentimientos y demás, que es la segunda y última parte del ritual que hay que llevar a cabo. Se dejaron caer ahi estudios, exnovias varias, familia... Acto seguido, los cuatro, nos fuimos al sofá que había en el cuarto. Y ahí comenzó todo.
No os voy a contar todo el que pasó extensamente, es más, lo voy a redactar de una manera mas esquematizada, así es más fácil de leer -y así acabo antes, que ya me he cansado de escribir- y no os aburrís:

- Os juro por mis perras, que todos los presentes veíamos como las dimensiones de la habitación, en la oscuridad de la noche, iba cambiando. La ventana, a medida que avanzaba la noche, se encontraba más a la derecha, una piragua que se encontraba arriba de nuestras cabezas, correctamente sujeta, se hacía más y más larga. Esto no es ninguna mentira, y seguramente sería fruto de la sugestión, la oscuridad y el alcohol. Pero ocurrió.

- La expresión de terror más brutal que he visto en mi vida. Elías, sentado a mi izquierda, asegura que vio pasar una figura encapuchada por la ventana que se encontraba a mi derecha. Yo, mirando en ese momento hacia Ezequiel, vi la cara que, de repente, puso Elías. Os aseguro, que estaba blanco, y con una expresión imposible de explicar. De hecho, era tan real, que pensé que había visto algo malo de verdad, yo ya me veía bajo tierra, se me heló la sangre, los bellos de punta, incluso me mareé. Agité a Elías un par de veces, mire hacia la ventana y le grité. Finalmente, volvió en sí y me explicó lo que había visto.

- Un agudo chillido nos mantuvo en silencio 10 segundos. Es lo más extraño que me ha ocurrido en mi vida. Se notó perfectamente cómo el pánico se apoderaba de todos. Cuando se había roto ya el ambiente, y hablábamos de temas banales, escuchamos, de repente, un chillido agudo, terrorífico. Los cuatro, nos quedamos paralizados, y no pudimos hablar en 10 segundos.

- Los bichos del campo no paraban de armar jaleo. Sí, las gallinas, pollos, gallos, gatos y demás, no paraban de hacer ruido, como alertados por algo.

-Hay más cosas, ya las seguiré escribiendo.

El caso es que, no hemos hablado de esa noche nunca más. Fue extraño, como si quisiésemos olvidarlo, como si nunca hubiese ocurrido. Ni el día posterior a esta noche, ni en el instituto en momentos aburridos, ni los sábados en la complicidad de La Hoguera. Nunca más, hablamos de eso. Realmente, nos marcó demasiado esa noche.


Una foto realizada esa misma noche, antes de que ocurriese nada.

1 comentario:

  1. la fotito manda huevos XD
    has olvidado mencionar la respiracion que Elias y yo oimos entre nuestras orejas

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